En ocasiones me preguntó porqué la noche más bonita del año pasa con tanta celeridad y me vienen a la mente hojas volanderas correteando por los callejones de la memoria como nazarenos dispuestos a realizar su estación de penitencia. Se me ocurren varias razones que iré exponiendo para hacer que el tiempo que ahora nos ocupa transcurra con la misma rapidez que lo hace en la Madrugá sevillana.
Quizá todo sea pura lógica o es quizá un pasatiempo para quemar los calores del verano y cambiar las luces festivas y dicharacheras por filas sucesivas de cirios encendidos iluminando la noche. Quizá sea el ciclo que ha de pasar para volver a repetir lo que estaba escrito. Quizá por ello la Pasión tiene razón de ser por y para Sevilla como Tierra Prometida.
Es por ello que los minutos se suceden sin solución de continuidad como granos de arena del reloj de cristal de la noche eterna sevillana. Sevilla es, pues, la Elegida por Dios para enseñarnos la Lección más grande que jamás hombre alguno dio. Y para que no contemplemos su sufrimiento, sino que apostemos por la Vida, consume el tiempo tan rápidamente en esa noche de sueño despierto que desearíamos permaneciera para siempre.
O es quizá un Adviento primaveral resumido en unas horas en el que la alegría de la Esperanza hace que se acelere el pulso de la ciudad. Y como fruto de esa verde espera Dios nos regala el Sol al amanecer para que sepamos y nos quede claro que Él es la Luz que ilumina al mundo.
No lo sabemos, queridos amigos, ni siquiera lo intuímos. Sólo descubrimos su belleza cada año y cuando nos damos cuenta el tiempo ha pasado y tenemos delante otra Madrugá eterna para descubrirlo.
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