Con la madurez todo cambia. El peso y el poso hacen su efecto y la visión inocente y angelical se transforma porque no todo es de color de rosa - ni tampoco morado- en este mundo nuestro que pisamos. Recuerdo con especial nostalgia las primeras veces, aquellas miradas infantiles encerradas en mis ojos ya adultos y las ilusiones, como las de un niño cuando abre un regalo, al ver por primera vez una cofradía o un paso... ¡Cuánta inocencia! ¡Y cuánto tiempo también!
Ahora, con todo lo aprendido, con todo lo disfrutado y con todo lo disgustado, gozo más mirando desde lejos. Observar desde la lejanía hace mantener viva la llama. Mirar por la mirilla de lo auténtico y cerrar el visor a aquello que no conviene es una postura cómoda para ver lo que se va acercando por el horizonte. Y no es tibieza, señores, no es tibieza cuando duele. Porque duele, no duden de que duele.
Y si duele es porque se ama. Nada que sea indiferente te araña las entrañas cuando el amor juega las cartas a pecho descubierto y jala de las cicatrices que la vida, caprichosa, ha ido dejando en la piel del corazón.
Siempre busqué para amar. Por eso recaí una y otra vez en lugares donde la historia se repite como piedras que uno se encuentra en el camino. Menos mal que el amor lo vence todo, menos mal...
Fotogafía: Punto de Fuga Fotografía
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